De vacaciones, por fin. Terminar el semestre.rar fue una odisea, nuevamente. Cada final de semestre lo es, en realidad. Éste tiene la particularidad de continuar en marzo, así que solo para entonces sabré si triunfé o fracasé. Como si el estrés no hubiese sido suficiente, imaginen terminar un semestre universitario con el corazón hecho añicos. Tremendo. No se lo deseo a nadie. Por suerte la cosa no duró mucho y la última semana sí pude concentrarme en mis obligaciones. Pero ay de mí si vuelvo a pasar por lo mismo.
Por lo menos ya tengo un ramo aprobado; uno de tres. Curiosamente ese mismo ramo estuve por reprobarlo el mismo último día de clases, porque nos fue mal en una actividad grupal; muy mal. Afortunadamente la profesora accedió a subirnos las calificaciones unas cuantas décimas. Pasé con un promedio indigno, pero pasé. Pensé en repetir el ramo inclusive, pero ciertas personitas desagradables que tienen que hacerlo el próximo año, me quitaron las ganas. Mejor no. Mejor me refugio en mi mediocridad. Y me alejo de tanto pelotudo que circula por mi facultad. No, gracias.
Por lo menos ya tengo un ramo aprobado; uno de tres. Curiosamente ese mismo ramo estuve por reprobarlo el mismo último día de clases, porque nos fue mal en una actividad grupal; muy mal. Afortunadamente la profesora accedió a subirnos las calificaciones unas cuantas décimas. Pasé con un promedio indigno, pero pasé. Pensé en repetir el ramo inclusive, pero ciertas personitas desagradables que tienen que hacerlo el próximo año, me quitaron las ganas. Mejor no. Mejor me refugio en mi mediocridad. Y me alejo de tanto pelotudo que circula por mi facultad. No, gracias.
No puedo quejarme por estos primeros días de -mis cortas- vacaciones. Básicamente me fui a acampar al cine, figurativamente. He visto como cinco películas en tres días. Y me faltan todavía unas cuantas más para cumplir mi meta y poder irme en paz al sur. Verán, para mí el cine no es una mera entretención, es mucho más. Así como hay gente que va a misa para... bueno, vaya a saber uno para qué. Voy al cine como necesidad espiritual casi. Es un rito. Un espacio de intimidad, de introspección. Y de disfrute, claro. Voy solo, eso sí. Siempre solo. A todas partes. Aburre a ratos, pero uno se acostumbra.
Tampoco he hecho mucho más que eso. Y mis relaciones humanas están congeladas también. Mis amigos más cercanos desaparecidos -de vacaciones o consumidos por la respectiva universidad-, y mis algo-así-como-intereses-románticos creo que en las mismas. Soy la misma encarnación de la antisociabilidad. Pero poco importa; ahora solamente quiero irme al sur y poder salir a andar en bicicleta por las noches frescas y estrelladas, al ritmo de la mejor música que pueda encontrar.
Falta poco.
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